La práctica arqueológica de campo es tan variada que resulta muy difícil de resumir en forma de principios generales.
Los yacimientos arqueológicos: tipos y procesos de formación.
Un yacimiento arqueológico es aquel lugar donde quedan restos materiales de algún tipo de actividad humana. Estos restos pueden ser visibles, porque están situados sobre la tierra, o no visibles, porque sedimentos formados con posterioridad los cubren por completo. Quizás la mayoría de los restos de la segunda categoría no sean descubiertos nunca. Y estos restos pueden se de cualquier clase, desde una lasca de sílex a una ciudad completa.
El ámbito temporal del concepto va desde el origen del hombre a la arqueología industrial de los últimos siglos, y además cualquier tipo de resto material dejado por el hombre es susceptibles de ser estudiado desde el punto de vista de la Arqueología.
A pesar de su gran variedad, es posible clasificar los yacimientos arqueológicos en distintos grupos, aunque está división depende mucho de los criterios empleados, existiendo lógicamente una jerarquización de esos últimos. Se atiende a la época en que se realizó a actividad, tendremos una clasificación cronológica, que suele ser la primera en establecerse, seguida por la basada en la funcionalidad: sitio de habitación, de enterramiento, de caza, ...En caso de desear mayor detalle sobre el yacimiento, se puede establecer un a tipología en función de su posición geográfica: de montaña, de valle fluvial, de costa, en cueva... Por último hará falta excavar parte del yacimiento para poder decir algo sobre su duración, si se trata de un asentamiento temporal, permanente de corta duración, o lo suficientemente larga como para poder distinguir diferentes períodos en su desarrollo, también se puede hablar de yacimientos estratificados y sin estratificar, alterados, intactos...
En cuanto al tipo de actividad realizada, los sitios de habitat son los más importantes y numerosos. En ellos se realizan la mayoría de los actos cotidianos de la comunidad, el alimento y el descanso, las relaciones sociales, la artesanía... Al comienzo de la prehistoria, todo esto dejaba a penas unos pocos restos: unas lascas, unas cenizas, algunos refugios... Tras el Neolítico, los asentamientos se van haciendo más complejos, con viviendas de carácter estable, hechas de muchos postes de madera, de adobe, o tapial e incluso de mampostería. Esto nos puede llevar a definir con mayor precisión si existió algún tipo de actividad fundamental en una cueva, poblado o ciudad, de que se trate, de extracción o procesamiento, agrícola o ganadera, si se rato de un centro comercial, defensivo, ritual...
Otro yacimiento que tiene una gran importancia es el enterramiento. A partir del Paleolítico Medio el hombre comenzó a tener cierta preocupación con las personas que morían, porque en lugar de arrojar el cadáver fura del habitáculo y abandonarlo, empleó una cierta energía en protegerlos mediante la excavación de tumbas. Desde una simple fosa, hasta las pirámides de Egipto, hay un variado elenco de tipos de necrópolis.
Los cementerios tienen una característica muy importante que los distingue de los demás yacimientos: fueron construidos con intención, para durar, por eso el contenido de información es en ellos mayor que en los poblados, donde los restos fueron dejados accidentalmente, por pérdidas, incendios o abandonados.
Si exceptuamos aquellos yacimientos que están levantados sobre el terreno, como los monumentos, las estaciones de arte rupestre, etc, la inmensa mayoría están enterrados completamente o en su mayor parte. En muchos casos queda algún tipo de vestigio superficial que permite la identificación, normalmente en forma de restos materiales muebles, como cerámicas o útiles líticos. El hecho de que estén bajo tierra ha sido la causa fundamental de su conservación hasta hoy pero nos obliga a desenterrar, excavar hasta obtener la información que deseamos. Toda excavación arqueológica consiste en reconstruir el proceso que llevó a la formación del “registro” es decir, cómo y por qué se erigieron los restos y cómo luego se destruyeron y fueron cubiertos por la tierra.
¿Cómo se forma un yacimiento arqueológico? Para entender cómo una ciudad entera ha quedado sepultada por la tierra hasta desaparecer por completo, o porque un pequeño grupo de cazadores paleolíticos están a más de diez metros de profundidad, hay que tener en cuenta que el papel humano ha sido por lo menos tan importante como el de los agentes climáticos y atmosféricos. Hay cuatro prototipos de yacimiento: una cueva paleolítica con clima húmedo, un poblado/ciudad con viviendas de barro en clima árido, un poblado con viviendas de piedra en clima húmedo y un poblado con viviendas de madera en clima húmedo.
En todos estos casos se pueden distinguir tres tipos de procesos de formación : físicos, biológicos y culturales. Los primeros se dan siempre, aunque no exista actividad humana ni animal, y son la erosión, traslado y deposición de sedimentos . Los biológicos corresponden a la actividad de animales: excrementos, huesos y tierra adherida al cuerpo y extremidades de animales domésticos y salvajes que visitan el sitio en ausencia del hombre. La actividad humana introduce elementos antropogénicos como aportes materiales (piedras para construir , como materia prima...) y biológicos,(alimento, cobijo,...); los modifica de varias maneras y altera los procesos de sedimentación natural, produciendo en general su aceleración.
En las cuevas, los desechos de talla, pequeñas esquirlas que saltaban al fabricar los útiles líticos pueden llegar a constituir todo el sedimento mayor de dos milímetros. Por ejemplo, si pensamos que muchos habitats fueron ocupados de forma intermitente durante milenios, es fácil imaginar la cantidad de suelo que se pudo haber formado sólo por la tierra adherida en el exterior húmedo a los pies humanos y desprendida en el interior. Con posterioridad a las deposiciones se producen determinados procesos químicos que originan la formación de suelos, en apariencia sólo minerales, pero que son de origen orgánico.
En climas áridos o semiáridos abundan los poblados en forma de montículo, no porque se haya construido originalmente sobre una elevación natural, sino porque los restos mismos forman un cerro. En la mayoría de los casos las construcciones eran de adobe o tapial, con una vida útil muy corta, pues acababan derrumbándose . Las siguientes reconstrucciones había que hacerlas encima de las ruinas de las anteriores y la ausencia de una explanación hasta el nivel original motiva que se situasen en un nivel superior.
En las zonas de clima húmedo o cuando existen piedras en abundancia, es este el material utilizado para la construcción de los poblados, en estos casos se produce una menor acumulación de sedimentos, pero el progreso de la vegetación puede ocultar completamente los restos de las viviendas derruidas en pocos años.
Finalmente están las construcciones de madera ,muy típicas de zonas boscosas y húmedas . A menos que los restos sean inundados por algún río o lago y permanezcan siempre en un estado de humedad constante, en condiciones anaeróbicas, la madera se descompondrá por la acción de los microorganismos y desaparecerá y sólo se podrán localizar los huecos dejados por los postes en el suelo que se rellenarán con humus. También la madera pudo haber ardido y se conservará carbón vegetal en el hueco y con la localización de estos huecos se podrá dibujar la planta de las edificaciones.
LA PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA: PLANTEAMIENTO Y TÉCNICAS
Al hablar de prospección generalmente nos referimos al conjunto de trabajos de campo y de laboratorio que son previos a la excavación arqueológica y que incluyen sobre todo el estudio de una zona geográfica con el fin de descubrir el mayor número posibles de yacimientos. Hubo un tiempo en el que la tarea fundamental era desenterrar restos y monumentos y como existían pocos conocimientos, cualquier cosa que se obtuviera era de gran valor.
Actualmente el incremento del conste económico de la excavación ha provocado el replanteamiento de esta tarea. Hoy en día es necesario un análisis preliminar del yacimiento escogido, la evaluación de los resultados probables, la estimación de los costes globales y las necesidades organizativas; en suma hay que plantearse muchas cuestiones antes de empezar a excavar.
Al mismo tiempo , la necesidad de comprender el comportamiento prehistórico en una escala espacial mayor que la del yacimiento ha colocado en un primer plano de importancia a la prospección, porque excavar desemboca en saber muchas cosas sobre el sitio, mientras que prospectar resulta en saber pocas cosas sobre muchos sitios, ya que éstos sólo se inspeccionan por encima, mediante análisis superficial y en todo caso una pequeña excavación. Cuando la zona ha sido ya prospectada por completo, si se conocen todos los emplazamientos arqueológicos, es lógico que se considere llegado el momento de excavar.
La tarea de prospección suele tener dos partes: el análisis previo de laboratorio y el trabajo de campo. El primero consiste en examinar toda la información previa que existe sobre la zona de interés y el segundo es la búsqueda propiamente dicha de los yacimientos. Los daos previos se encuentran repartidos en varias fuentes que es necesario ensamblar adecuadamente: mapas topográficos, fotos aéreas, toponimia del a zona y descripciones escritas...
La comprensión de los planos topográficos de la zona es esencial para la prospección. En la mayoría de los países el gobierno publica mapas a escala mayor o menor, en los que se dibujan los accidentes geográficos y las construcciones humanas más importantes. Una serie de vértices geodésicos ayudan a situar en el plano, mediante la longitud y la latitud y en elevación sobre el nivel del mar o sobre algún punto fijo de referencia, cualquier yacimiento o hallazgo que se produzca en la prospección. De igual forma, con los datos del plano podremos encontrar en el terreno cualquier accidente, construcción o yacimiento que esté bien situado topográficamente. Además los planos sirven para decidir cuáles son las zonas más interesantes, que deben ser examinadas en primer lugar.
La siguiente ayuda proviene de la fotografía aérea, que pueden haber sido hechas con destino a la prospección arqueológica únicamente sobre la zona de interés, o bien se puede utilizar parte de la colección general existente para todo el país, realizada con otros fines como la topografía, agrimensura, recursos hidráulicos....
En la actualidad se realizan prospecciones arqueológicas enteramente desde el aire y se descubren así un gran número de yacimientos con mucho menor esfuerzo que mediante los recorridos terrestres. Este sistema tiene un elevado coste y es especialmente eficaz en zonas llanas y húmedas y es un método que ha instituido una rama completa de la investigación, la llamada Arqueología aérea.
Las estructuras enterradas de los yacimientos se ven mejor desde el aire por varias razones. Si sobresalen algo del terreno, las sombras rasantes las harán más visibles., por lo que suele hacerse el vuelo al atardecer. Aunque estén completamente bajo tierra, si su distancia a la superficie no es excesiva, se pueden ver debido al crecimiento diferencial de los cultivos, más altos donde hay fosos , más bajos donde hay muros y también gracias al a variación de humedad entre unas zonas y otras, mayor en las fosas y trincheras, de forma que el color es más oscuro cuanto más húmedo. Por último cuando los tractores aran la tieerra pueden levantar parte delas estructuras y si éstas son de distinto color al de la tierra, por ejemplo las piedras y el mortero de los muros, se verá bien su trazado.
Por otro lado la obtención detallada de fotos aéreas proporcionan información muy útil sobre la topografía y vegetación del terreno con vistas a la planificación del recorrido terrestre. De esta forma, solapando una imagen con la anterior, tenemos una vista estereoscópica y con la ayuda de un estereoscopio, o lente binocular que se coloca sobre un par de fotos que se solapan entre sí, se puede ver la superficie del suelo en relieve, marcándose claramente los accidentes del terreno.
Una vez situados los puntos en el plano, no hay más que visitarlos uno por uno, y comprobar si se trata de auténticos yacimientos, en cuyo caso se procederá a su registro. Con este sistema se elimina a priori una gran cantidad de terreno donde es poco probable que exista un yacimiento de interés. Con todo, hay que ser consciente de las limitaciones que comporta este método, ya que sólo nos llevará a descubrir un tipo determinado de yacimientos, dejando de lado los demás, que habrán de ser localizados en una prospección más detallada.
Otra labor necesaria y muy conveniente antes del trabajo de campo se refiere al estudio de la toponimia, los nombres propios de los lugares, que en algunos casos se vienen empleando desde hace muchos siglos y pueden tener alguna relación con la existencia de yacimientos arqueológicos. Por ejemplo la referencia a los moros: fuente del Moro, Cueva del Moro... suele estar asociado a algún yacimiento, debido a que la mentalidad popular fija todo lo antiguo en esa época. Los que hacen referencias a construcciones: El Castillo, Castillejo, Torrecilla..., al igual que los que se denominan tesoros, monedas, etc: Fuente de la Planta, Malamoneda, el Tesorillo…; u otros hallazgos arqueológicos: Cerro de la Cerámica, Piedra Escrita... Muchos de estos topónimos no vienen indicados en os planos topográficos y se habrán de consultar los catastros locales o indagar por los nombres entre los habitantes del lugar.
El trabajo de campo en la prospección consiste en buscar, encontrar y registrar los yacimientos de una zona concreta. La prospección intensiva es el método más adecuado para alcanzar una imagen completa de la historia cultural de una zona concreta. Consiste en la inspección directa y exhaustiva de la superficie del terreno sobre áreas relativamente pequeñas, realizadas por observadores separados a intervalos regulares y utilizando cuadrículas artificiales hasta llegar a controlar parte o la totalidad del territorio de interés.
Mediante la prospección intensiva podemos estar seguros de descubrir todos los yacimientos de una zona y no sólo los grandes que están situados en lugares bien visibles. Pero el método tiene un inconveniente, es tan lento y detallado que sólo es realizable en pequeñas áreas, pues llevaría mucho tiempo aplicarlo a las grandes. No obstante, existe una forma de obtener conclusiones generales, extensibles a zonas mucho mayores, a partir de los datos recogidos en la prospección intensiva de áreas pequeñas, mediante la aplicación de la teoría del Muestreo. Si las áreas prospectadas se escogen adecuadamente, de forma que sean representativas del total, entonces es posible la inferencia de la parte al todo.
La forma más adecuada es escoger de forma aleatoria las cuadrículas que se van a prospectar. Este es el muestreo aleatorio simple, es el mejor desde el punto de vista matemático, pero tiene sus inconvenientes, y para superarlos hay que tener en cuenta los datos previos del terreno, como tipos de suelo, vegetación, proximidad a fuentes de agua, yacimientos conocidos...y seleccionar un mayor número de cuadrículas allí donde son de esperar más o menos importantes yacimientos. Por ejemplo, se puede dividir la zona en tres estratos: bueno, regular y malo para los yacimientos y prospectar el triple número de cuadrículas en el primero que en el tercero. De esta forma es posible que aparezcan muy concentrados en algunas partes y que no haya ninguno en otras. Para evitar esto se puede recurrir al muestreo sistemático que consiste en elegir las cuadrículas separadas a intervalos fijos, de forma que estén todas las partes bien representadas. El margen de error se podría reducir aumentando el tamaño de la muestra, es decir, prospectando más cuadrículas.
La aplicación de criterios sistemáticos en las prospecciones ha mostrado claramente su eficacia para descubrir yacimientos. Y una vez localizado el yacimiento es preciso describirlo lo mejor posible, recopilando la máxima información. Lo primero que llama la atención son los restos de artefactos que aparecen en superficie, que se han de analizar. Lo primero que ha de hacerse es un recorrido general para recoger los restos más distintivos: útiles líticos tallados, bordes o fondos cerámicos... Estos servirán para clasificar culturalmente el yacimiento.
El objetivo de tomar muestras en distintas zonas de superficie es comparar lo hallado en los cuadrados y ver si existen diferencias significativas entre ellos, que puedan indicar distintas áreas funcionales o de diferente cronología. Ello nos permitiría extraer conclusiones importantes sobre el yacimiento sin necesidad de excavar o indicaciones sobre cómo orientar la futura excavación del sitio. Aunque hay que tener en cuenta que no siempre se cumple la condición de que exista una relación entre lo que se ve en la superficie y lo que está enterrado.
Con respecto al análisis de los artefactos, parece prudente obtener toda la información posible sobre el terreno y llevarse únicamente aquellas piezas más representativas.
Otro tipo de información de interés que se ha de tomar sobre el yacimiento es la ambiental-ecológica. Por tratarse de datos no propiamente arqueológicos, muchos de ellos son difíciles de obtener por personas sin formación específica y por ello la presencia de un geólogo es conveniente en los equipos de prospección. Aparte de la localización topográfica del yacimiento, su extensión, croquis topográfico, acceso estado en que se encuentra, sus posibilidades de investigación, etc. es preciso analizar el entorno natural . Interesa la geología ciurcundante, el relieve de la zona, el clima, los suelos de los alrededores, los recursos hídricos, el tipo de fauna salvaje y doméstica que existe en la actualidad, la distancia a vías de comunicación más cercana, la visibilidad desde el yacimiento de otros lugares cercanos... Cuanto más información nos llevemos del sitio, tanto mejor. El empleo de una ficha normalizada, igual para todos los puntos y donde se especifique y exista espacio para escribir toda la información posible, parece la práctica más conveniente y extendida entre los mejores equipos de prospección.
Una vez obtenidos todos los datos que el yacimiento ofrece en superficie. El siguiente paso , sería empezar la excavación del mismo. Pero en la actualidad hay medios para examinar aspectos arqueológicos enterrados sin necesidad de excavar, como son los métodos de prospección geofísica y el análisis de fosfatos.
La prospección geofísica consiste en medir ciertas propiedades eléctricas y magnéticas del subsuelo, de forma que las variaciones diferenciales entre unas zonas y otras nos revelen la localización de los restos enterrados. El análisis químico de fosfatos se basa en los diferentes contenidos de fósforo de la tierra, que pueden ser indicativos de distintas actividades humanas.
Existen tres métodos diferentes de prospección geofísica: la de resistividad, en la que se mide la mayor o menor facilidad con la que atraviesa la tierra una corriente eléctrica, basándose en el hecho de que ciertos materiales tienen menos resistencia que otros. Los suelos y las rocas son malos conductores, pero si los primeros están húmedos su resistividad disminuye y en el caso de existir pozos o trincheras enterrados, cuyo relleno admiten mejor la humedad, por ellos pasará mejor la corriente, que en zonas donde existan muros de piedra. El método no es caro, pero sí lento.
La prospección magnética, los aparatos son más caros pero su velocidad es mucho mayor que la prospección eléctrica. Al igual que en esta es preciso marcar previamente la cuadrícula del yacimiento evitando todo tipo de objetos de metal que puedan influir en el resultado. Los magnetómetros miden pequeñas variaciones del campo magnético terrestre, que pueden estar causadas por la presencia de estructuras que han sido calentadas como hornos, alfares, hogares... Los problemas del método se deben alas variaciones diurnas del campo terrestre, que deben ser tenidas en cuenta; a que los objetos metálicos enterrados afectan mucho a la medición y en los lugares donde existe chatarra bajo tierra o alambres por ejemplo, el método no es fiable...
La prospección electromagnética combina los dos tipos anteriores, es barata y rápida, pero tiene el inconveniente de que sólo detecta estructuras a una profundidad de medio metro. El equipo medidor cuenta con un emisor de señal hacia el suelo y un receptor de la señal que los objetos enterrados devuelven. Tanto las condiciones magnéticas como la resistividad del suelo afectan a la señal inducida en el terreno. Los detectores de metales, son los aparatos más conocidos que usa esta técnica, la cual puede se útil con finalidad científica en caso de que se desee recuperar una mayor cantidad de metal y se realiza la excavación en lugares donde se detecta ese hecho o cuando se lleva a cabo una intervención de urgencia e interesa recoger las piezas metálicas antes del comienzo de la obra civil, etc...
El análisis de fosfatos puede servir para localizar yacimientos cuando no existen restos superficiales que sirvan de guía o para detectar áreas de actividad antes de excavar un yacimiento conocido. Se basa en el hecho de que el ciclo del fósforo, parecido al del carbono y que se da entre el suelo, las plantas y los animales, mantiene en términos constantes el contenido de ese elemento en el subsuelo, pero las actividades humanas lo pueden romper, incrementando la proporción en lugares donde hay residuos orgánicos: alimentos, animales, plantas, excrementos....; en los emplazamientos de viviendas, establos o basureros ; o por el contrario reduciéndolo en los campos donde han pastado los rebaños domésticos durante largo tiempo.
Los efectos descritos son prolongados y por ello es posible detecta lugares donde ocurrieron en el pasado. En el caso de buscar yacimientos, se pueden tomar muestras del suelo para análisis cada cinco metros aproximadamente. La forma de tomar las muestras exige bastante tiempo y el método es también lento. El problema surge cuando no se está seguro de si la muestra de tierra procede de los niveles arqueológicos de interés y de que en otras ocasiones las actividades modernas, sobre todo de animales, pueden producir efectos indistinguibles de los arqueológicos.
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