1. Introducción
La situación histórica de la Península Itálica durante el siglo VIII a.C. experimentó una profunda transformación debido a las nuevas colonias fundadas en el sur de Italia y en Sicilia por los griegos, así como a la brusca irrupción en la región al norte del río Tíber, actual Toscana y Umbría, por parte de los etruscos. El origen de este pueblo aún hoy continua siendo un “misterio”, siendo la versión más aceptada la que sitúa su procedencia en Asia menor (vinculados según diversos autores al éxodo producido tras la caída de Troya).
Hoy día se tiende a explicar la evolución etrusca a raíz de la actividad comercial existente en los siglos IX y VIII a.C. que llevó a mercaderes y artesanos de Asia Menor hacia los puertos toscanos, fusionándose con la población autóctona perteneciente a la denominada cultura villanoviana y dando así origen a una renovación social y política así como a una profunda transformación de sus prácticas artísticas, apreciable en la asimilación de una corriente orientalizante y en la reinterpretación de sus propias tradiciones a través de lo heleno. A estas conclusiones se ha llegado tras el hallazgo de nuevos tipos de sepulcros diferentes a los que se habían encontrado hasta entonces y acompañados de ajuares funerarios compuestos por objetos procedentes del exterior.
Los etruscos, durante los siglos VII y V a.C., alcanzaron un importantísimo desarrollo en el Mediterráneo occidental, coincidiendo con el desarrollo de la Grecia arcaica y clásica, aunque nunca constituyeron un estado único, sino una confederación de ciudades autónomas, gobernadas por reyes, que dominaban amplios territorios, cuyas alianzas plantearon serios problemas a griegos, cartagineses y romanos.
El arte etrusco reinterpretará los influjos griegos, orientales e itálicos que recibirá a lo largo de su desarrollo transmitiendo a su vez parte de sus logros creativos a los romanos. Hacia la mitad del siglo VII a.C. la arquitectura comienza a configurarse con la transformación de su principal construcción, la cabaña villanoviana, en una estructura arquitectónica más sólida, de planta cuadrangular, al tiempo que las tumbas de fosa o hipogeos excavados en el suelo adquieren un aspecto más monumental, en los que se aprecia la existencia de una sociedad jerarquizada y muy creativa desde el punto de vista artístico.
Pero será a partir de mediados del siglo VII a.C. cuando la arquitectura etrusca adquiera sus propias señas de identidad, surgiendo nuevas tipologías que tienen su fundamento en la evolución de sus formas de organización social y política. La expansión comercial por el Mediterráneo y el surgimiento de monarcas de carácter tiránico hace que comiencen a ver las obras de arte como un instrumento de exaltación de su prestigio. Una de las principales consecuencias será la valoración de la ciudad, organizando su estructura y dotándola de nuevos edificios de uso colectivo y servicios comunes. Las antiguas aldeas experimentan así una profunda transformación, convirtiéndose en verdaderas urbes y centros activos de producción artística, tendencia que tendrá su continuidad hasta las primeras décadas del siglo V a.C. Es en este momento cuando se construyen importantes obras de ingeniería y cuando surge la nueva tipología de templo, vivienda doméstica y arquitectura funeraria.
La arquitectura etrusca desarrolló una personalidad absolutamente particular, cuyo principal reflejo fue su capacidad para crear nuevas tipologías arquitectónicas religiosas, funerarias, domésticas y en el terreno del urbanismo. Frente a la valoración del equilibrio de los volúmenes arquitectónicos griegos, los etruscos centraron su interés en la conformación del espacio interior.
A pesar de la crisis que vive Etruria a partir del siglo IV a.C., su etapa final estará caracterizada por el desarrollo de una intensa actividad en el campo del urbanismo y la ingeniería, que incorporarán interesantes novedades técnicas, como una nueva interpretación del arco de medio punto y la bóveda, empleados con anterioridad en Asia Menor, o la experimentación con materiales como la cal o el adobe, con el fin de obtener ladrillos. Estos progresos en la llamada fase “etrusco-itálica” anunciarían gran parte de los avances que luego serían ampliamente desarrollados en la arquitectura romana. Esta etapa final, verá repetirse sin demasiadas novedades las tipologías de templos, viviendas y arquitectura funeraria.
2. El templo de triple cella
En lo que se refiere a la arquitectura religiosa, Etruria incorporó interesantes novedades a pesar de utilizar diversos elementos del sistema arquitectónico griego pero sin llegar a copiar las obras helenas; la religión etrusca desarrolló una personalidad propia debido a que los templos servían para el culto de los dioses colectivos, señores de la naturaleza, mientras que los cultos privados se realizaban en las casas o tumbas.
A pesar de que la primitiva estructura de los templos ha sido comparada en numerosas ocasiones con los templos griegos arcaicos, la realidad es que se conformaron a partir de la tradición autóctona, derivando, probablemente, de la cabaña villanoviana de la que se ha realizado una reconstrucción a partir de restos hallados en 1948 en la colina del Palatino (Roma) y de las representaciones de este habitáculo en algunas urnas cinerarias de la época. Se trataba de una edificación formada por una planta oval o circular con muros y cubierta realizados a base de materiales perecederos que evolucionaría hacia el uso de una estructura cuadrangular más sólida, realizada probablemente en piedra.
Será en el s. IV a.C. cuando surjan los primeros templos monumentales, caracterizados por estar construidos a base de madera y adobe y cuyos entablamentos estaban cubiertos por placas de terracota pintada, característica que los distingue de los templos griegos junto a otras peculiaridades como la de la elevación de la estructura de los templos etruscos sobre un alto podio precedido de una escalinata en uno de sus lados menores de posible tradición asiática para evitar las posibles humedades, así mismo, la fachada adquirirá un gran protagonismo pues confiere a la estructura una organización axial, teniendo las fachadas laterales una sola fila de columnas, la delantera contará con dos o tres y la columnata posterior se dará excepcionalmente. El espacio interior de estos primeros templos se divide en una sola estancia o cella, careciendo de las articulaciones propias del templo griego.
A partir de estas característica se configurará desde finales del s. IV a.C. el canon del templo etrusco o “templo de triple cella”. Vitrubio, en sus “Diez libros de Arquitectura” describe este tipo de templo como el prototipo de templo toscano, pues nosotros no conocemos su estructura debido a su construcción a base de materiales perecederos. Según Vitrubio el templo era, a diferencia del griego, de proporciones casi cuadradas (6x5). Su interior se dividía en tres naves por necesidad de culto ya que los etruscos veneraban a sus dioses por tríadas, de los cuales uno era siempre el principal, por lo que la nave central a la que estaría dedicado tendría una mayor anchura. La estructura estaba precedida por un pórtico al que se accedía por unas gradas ubicadas en el lado sur, con dos hileras de columnas (entre seis y ocho) y rematada por un frontón.
La cubierta estaría realizada con un tejado a dos aguas que apoyaría en una gran viga longitudinal, denominada columen, sobre la que se ubicarían estatuas de terracota que otorgaban al templo una imagen robusta y achaparrada que se mantendrá en los primeros templos romanos. Existen numerosos ejemplos de esta tipología pertenecientes al siglo VI a.C.,siendo los más significativos los de Apolo, en Veyes, los de Marzabotto, Fiésole, o el Capitolino de Roma.
Uno de los rasgos más significativos incorporados por el templo etrusco será, según Vitrubio, la introducción de un nuevo orden arquitectónico, el orden “toscano”, que vendría a ser una especie de variante del dórico, en el que la toda la columna, o únicamente el fuste, se construía en madera, forrada en ocasiones con terracota, y con las basas y capiteles construidos en piedra. Según Vitrubio este orden carece de éntasis y de fuste estriado, pero si tenía basa que se componía de dos molduras y un plinto.
ARQUITECTURA DOMÉSTICA.
1. La “domus itálica” y los palacios
La casa según la mayoría de los autores, constituye el principal edificio arquitectónico etrusco, pues a partir de la cabaña vlllanoviana, se articularon los primeros edificios religiosos al igual que las diversas tipologías de las tumbas, cuya distribución es una copia fiel de su estructura.
A mediados del s. VII a.C. las casas ya eran de planta cuadrangular dividiéndose internamente en dos habitaciones (sala de estar y dormitorio), división que con el tiempo se irá complicando adquiriendo una configuración que se convertirá en la tipología básica de la arquitectura doméstica del mundo romano, la domus itálica (ver imagen con planta vivienda etrusca siglo VI). Eran casas construidas sobre cimientos hechos de piedra con muros de adobe u hormigón, opus caementicium romano, aunque en ocasiones se utilizó el entramado de maderas con argamasa. La techumbre se realizaba a base de tejas de terracota, colocadas al estilo de las casas griegas, incorporando aleros que protegían los muros de la lluvia.
En referencia a la planta, parece que evolucionó de la distribución original hacia una estructura de diversas estancias articuladas en torno a una estancia básica denominada atrio y consistente en un patio rectangular a cielo abierto al que en un principio, se accedía directamente desde la calle, y que poseía una abertura en su cubierta, el compluvium, cuya función era la de recoger el agua de lluvia a través de un pequeño estanque ubicado en su centro, el impluvium., además de iluminar y ventilar la estructura de la vivienda. Este espacio no se entendía sólo como un elemento distribuidor, sino como una auténtica habitación de la casa con unas funciones concretas. Según Vitubio, pudieron existir hasta 5 tipos diferentes de atrio (toscano, corintio, tetrástilo, displuviado y testudianado) según la colocación de las vigas y la sustentación de los compluvia.
El esquema básico de la casa consistía en una entrada u ostium que daba acceso a un vestíbulo que a su vez se comunicaba con el atrio; enfrente de esta entrada se situaba la estancia principal de la casa, el tablinium, que funcionaba como sala de recepción de invitados y se comunicaba con el huerto o jardín. A ambos lados de esta estancia se ubicaba la cocina y el comedor. Por su parte, los dormitorios se situaban a ambos lados del vestíbulo y del patio.
Este esquema evolucionará adaptándose a los nuevos sistemas de vida así como al surgimiento de necesidades nuevas y a un creciente gusto por el lujo y la comodidad, aumentando así, desde finales del siglo II a.C., el número de estancias y enriqueciendo la composición inicial mediante la incorporación de baños, cuadras … Aunque la casa itálica siguió siendo cerrada, se incorporó también en estos momentos el peristilo, mostrando la combinación propia de los romanos de la estética griega con sus propias necesidades. Estas transformaciones aunque tienen origen en la casa etrusca, forman parte ya de las aportaciones propiamente romanas realizadas a la arquitectura doméstica y representadas en las casas de Pompeya y Herculano.
Otra tipología arquitectónica etrusca es el palacio, que a pesar de poseer su origen en la primitiva estructura de la casa etrusca, evolucionará de forma distinta. Como en la domus itálica su distribución se realiza en torno a un patio que podía ser triangular o cuadrado, al que se dotaba de pórticos y se intentaba convertir en un ambiente de lujo destinado en ocasiones a la celebración de fiestas. A las salas habituales de las casas se añadían graneros, dormitorios para el servicio, altares, etc... ya que por lo general eran edificios autosuficientes. Son tres los palacios conocidos y que permiten conocer esta evolución: Acquarossa, Regia del Foro y Murlo, situados en el interior de Etruria, en donde se mantuvo durante mucho tiempo el sistema económico de principados. En las zonas costeras, sin embargo, tuvo un mayor éxito la tipología de la casa itálica.
1. Tumbas de fosa, tumbas-túmulos e hipogeos
La arquitectura funeraria constituye la principal manifestación arquitectónica etrusca bien por las novedades incorporadas referentes a los materiales y técnicas de construcción o bien por la innovación tipológica, creando modelos diferentes a los hallados hasta el momento en el mundo antiguo occidental.
Exceptuando las obras de ingeniería, la arquitectura funeraria es la única construida por los etruscos en piedra, posibilitando así su conservación y por lo tanto, nuestra principal fuente de conocimiento de las técnicas de construcción y concepción arquitectónica etrusca, pues estas obras fueron hechas a imagen de sus propias viviendas.
A pesar de desconocer la verdadera idea que los etruscos tenían de la vida de ultratumba, parece ser que la tumba fue considerada como una especie de mansión en donde habitaría tanto el cuerpo como el alma, por lo que se convirtieron en lugares perfectamente habilitados para el desarrollo de una vida placentera, con una decoración en su mayoría compuesta por motivos desprovistos de sentido trágico.
Referente a la evolución tipológica hay que tener en cuenta que en principio, los etruscos realizaban sus enterramientos en simples fosas excavadas en el suelo, continuando así la práctica de la cultura villanoviana que incineraba los cuerpos e introducía las cenizas en urnas enterradas en tumbas de pozo, que a veces adoptaban la forma de choza o cabaña primitiva. La posterior substitución hacia el siglo VIII de la incineración por la inhumación, probablemente por la influencia de griegos y fenicios, dio paso a la utilización de tumbas de fosa en vez de tumbas de pozo. Estas constituían únicamente un foso excavado en el suelo y cubierto con una piedra.
Estas tumbas, a partir del siglo VII a.C., adquirirán proporciones monumentales, manteniendo la idea de espacio excavado, aunque más amplio y cubierto por una falsa cúpula, construida con capas horizontales de piedra superpuestas escalonadamente lo que se ha interpretado como influjo de la arquitectura griega (recordemos el Tesoro de Atreo, Micenas). A veces estas cubiertas se reforzaban con un pilar de piedra ubicado en el centro de la sala, recordando la estructura original de la cabaña villanoviana.
Los mejores ejemplos de este tipo de tumbas son las de la Cabaña, de Caere, o la de la Montagnola, siendo tumbas excavadas en el llano y rematadas en el exterior por un túmulo, cuyo interior adoptaba una planta cruciforme, con un corredor central a modo de dromos que daba acceso a dos pequeñas cámaras y con cámara cubierta por una falsa bóveda por aproximación de hiladas.
En estos primeros momentos también aparecerán las tumbas excavadas en la propia roca, experimentando al igual que los túmulos, la misma evolución: la complicación progresiva de sus estructuras internas mediante la división en diferentes salas que adoptaban la distribución de las viviendas de la época.
A finales de siglo se empezaron a construir necrópolis con grandiosas “casas subterráneas”, reproduciendo el espacio doméstico: salas, pilares, mobiliario doméstico… conformando así un espacio en el que existían lugares específicos dedicados a los enterramientos: una especie de nichos tallados en la roca donde se colocaban los sepulcros, los de
los hombres realizados sobre lechos de piedra, y los de las mujeres sobre sarcófagos tallados a doble vertiente, sobre los que se representaban las imágenes de sus propietarios adoptando actitudes festivas, desprovista de todo dramatismo como se puede observar en uno de los ejemplos más célebres, “el sarcófago de los esposos” de Caere (Cerveteri - 520 a.C.)
De la misma manera que los sarcófagos, las pinturas murales también eran indispensables para la decoración de las estancias representando escenas naturales o de la vida cotidiana, evolucionando hacia un sentido trágico que tendría su reflejo en la representación de los “demonios de la muerte” que nos muestra la evolución de las creencias funerarias de los etruscos durante el siglo V a.C. La pintura y la escultura serán de gran importancia en la creación del espacio funerario, afirmando la importancia del culto funerario para este pueblo, que dedicaba gran parte de sus esfuerzos en la realización de importantes obras de escultura y pintura cuyo fin principal era servir de complemento a la arquitectura funeraria.
Desde mediados del s. VI a.C. se multiplicarán las variantes de tumbas, encontrando tumbas en las que se substituye el túmulo por una superestructura como en Tarquinia (techo a doble vertiente que recuerda la estructura de las tiendas de campaña donde se celebraran los funerales), las que adoptan forma de mausoleo a modo de templete o las que simulan verdaderos barrios de manzanas de casas rectangulares, con puertas alineadas y fachadas decoradas, denominándose “tumbas a dado” y de las que las más representativas son las de Caere (Cerveteri), hacia el 500 a.C. Se mantiene, asimismo, la tumba realizada a imitación de las viviendas, siendo su mejor ejemplo la Tumba de los Capiteles en la que se reproduce la estructura de habitación de la domus itálica.
LAS OBRAS PÚBLICAS.
1. La organización urbana, las fortificaciones y los sistemas de canalización de aguas
La ciudad constituyó la base organizativa de los etruscos y a ella dedicó este pueblo una gran atención introduciendo nuevos planteamientos urbanísticos que han sido considerados, junto a la valoración de los espacios interiores en arquitectura, como una de las más importantes aportaciones etruscas al terreno de las artes, convirtiéndose además en el precedente más directo del urbanismo romano.
Generalmente la fundación de ciudades iba precedida de un ritual religioso que se iniciaba con la delimitación del perímetro de la ciudad a través de un arado tirado por un toro y una vaca, símbolos de la defensa y la fecundidad. Con ello se definía el foso perimetral sobre el que se erigían las murallas. Tras esta práctica, se trazaban las calles partiendo de un eje principal formado por 2 vías cortadas en perpendicular, el cardo y el decumanus,
definiendo a partir de ellas la organización
del resto del espacio urbano.
El trazado regular del espacio urbano constituyó el aspecto más reseñable del urbanismo etrusco, siendo precursor del trazado hipodámico que aparece ya definido en ciudades etruscas como Capua, Spina o Marzabotto, así como en la necrópolis de Orvieto, en el siglo VI a.C., aunque tiene su fundamento en la urbanística colonial griega del siglo VII a.C.
La ciudad de Marzabotto constituye un claro ejemplo. Era una colonia etrusca fundad en el 500 a.C., situada en el valle del Amo y llanura del Po, en cuyo trazado observamos la existencia de calles cortadas en ángulo recto, a partir de las cuales se definen manzanas rectangulares. Tenía una especie acrópolis al estilo griego donde se situaban los principales edificios religiosos, contaba además con una importante red de alcantarillado. Sin embargo no tenía plaza pública o foro, uno de los rasgos más destacados del urbanismo itálico.
Pero frente a este modelo colonial, existieron otras ciudades “militares” organizadas obedeciendo a un crecimiento orgánico determinado por las necesidades defensivas del terreno, lo cual determinaba en el espacio intramuros un trazado de calles irregulares que se iban adaptando a la topografía del terreno.
En cualquier caso las murallas jugaron un papel fundamental debido a los avatares bélicos entre sus propias ciudades o con los pueblos limítrofes. Las puertas de estas murallas adquirieron gran importancia desde el punto de vista funcional y simbólico convirtiéndose en elementos representativos de la ciudad, cuyo rasgo más destacado fue el empleo del arco (con dovelas), pasando posteriormente a los romanos que lo utilizarían en los arcos de triunfo.
Podemos afirmar, a pesar de no contar con datos suficientes, que los etruscos realizaron importantes obras de ingeniería orientadas a la construcción de vías y canalizaciones que formaban parte de la urbanización del territorio con fines colonizadores, desarrollando un conjunto de técnicas que serían posteriormente desarrolladas por arquitectos romanos
Una de las obras más destacadas fue la Cloaca Máxima, Roma: colector en parte abovedado y en parte descubierto, de aprox. 600 mts de longitud cuya construcción obedecía al intento de desecar una vaguada y conducir al Tíber el agua de tres arroyos.
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